Celebraciones

 


Capilla baffa

El canto y la danza es esencial al pueblo africano. Cantan y danzan en los funerales y en los nacimientos. De tristeza por perder la cosecha, o en acción de gracias porque el arroz fue abundante. También lo hacen para manifestar su fe. Nuestros voluntarios quedan siempre impresionados por el colorido de las misas africanas y el sonar de los tambores tulag. Es hermoso ver cómo niños que lo justo se sostienen en pie, son capaces de llevar el ritmo danzando. Llaman a Dios Papá, y así lo tratan, como un padre. Celebrar con ellos la Eucaristía es uno de esos momentos que siempre guardaré en lo más profundo de mi corazón.

IMPRESIONES DEL P. PROVINCIAL Y SECRETARIO EN SU VISITA A SIERRA LEONA:

– Voy a relatar la primera celebración religiosa en la que participamos. Nuestra visita y celebración eucarística dominical con la etnia de los «lokos«.

Como hacía varios meses que nuestros misioneros no habían podido acercarse a celebrar con ellos, José Luis Garayoa decidió llevarles algunos alimentos, pues este poblado siempre se ha mostrado muy dispuesto a colaborar con la misión.
Hacia las 8.30 de la mañana nos pusimos en camino. En la camioneta iban unas cuantas cajas con arroz, galletas, macarrones y unas bolsas de caramelos; éstos para los más pequeños. Después de unos tres cuartos de hora en coche llegamos a un poblado que no era nuestro destino, pero en el que tuvimos que dejar el vehículo, ya que teníamos que cruzar un río en una canoa hecha del tronco de un árbol. José Luis rápidamente habló con las personas del lugar y unos cuantos jóvenes se prestaron a llevar las cajas y cruzarnos al otro lado del río.

El catequista del poblado de los «lokos» ya había preparado todo para que otro grupo de jóvenes fuera a nuestro encuentro en la margen opuesta del río. No sin ciertos temores y balanceos cruzamos el río y nos encaminamos al poblado. Calculo que serían unos tres cuartos de hora caminando por la selva, detrás de los jóvenes que llevaban las cajas encima de sus cabezas. Al acercarnos al poblado me encontré con la primera gran sorpresa: toda la comunidad cristiana estaba a las afueras del pueblo esperándonos con sus mejores galas, cantando y bailando acompañados con los instrumentos musicales propios del lugar. A mí todos me parecían tambores, pero tampoco lo puedo asegurar. Cantando y bailando nos dirigimos a la iglesia, lógicamente con suelo de tierra y un mobiliario que no creo que admitiéramos en ninguno de nuestros templos.

Como te puedes imaginar, rápidamente cruzaron por mi mente todo tipo de comparaciones con la realidad que nos toca vivir en España. ¿Estar esperando al sacerdote a la entrada del poblado? ¿Esperarlo «engalanados» con los mejores vestidos? ¿Esperarlo cantando y danzando? ¿Acompañarlo por las calles del pueblo al ritmo de la música? Si todavía no tenía claro que estaba en África, en ese momento ya no me quedó ninguna duda. La celebración eucarística, al menos aparentemente, para ellos era algo grandealegre, merecedora de pasar unas cuantas horas haciéndose unos peinados preciosos. La eucaristía se vivía como una auténtica fiesta desde el primer momento. El ambiente te envolvía, y a pesar de estar chorreando sudor por todos los poros del cuerpo -¡cómo se suda después de una caminata por la selva!-, de alguna forma sientes una presencia especial de Dios en medio del grupo, en medio de la comunidad.

También me llamó la atención la cantidad de hombres que había en la celebración y, entre ellos, cantidad de jóvenes repartidos por la iglesia. No me llamaron la atención ni las mujeres, tan habituales en nuestros templos, ni los niños, que en África pululan por todas las partes. Me llamó la atención el número de jóvenes y hombres maduros, porque además participaban de la celebración y, sobre todo, cantaban al igual que las mujeres.

El canto merecería otro apartado especial. El miedo o la poca participación que hay entre nuestros católicos de España y la facilidad con la que se lanzan a cantar en África contrastan frontalmente. Desconozco si afinan o desafinan mucho o poco, pero que Dios les oye y que seguro se alegra por la forma como cantan y participan del canto, no me cabe la menor duda.

La entrega de los alimentos que les llevamos, al final de la eucaristía y como parte de la misma, merecería otro capítulo aparte. Pero no sólo eso, también la cabra y las bananas con las que nos obsequiaron por nuestra presencia allí.

Ya veis, aunque prácticamente no poseen nada, lo que tienen lo comparten.

 

 

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